La sustancia radiactiva más potente que se conoce

Muy por encima del uranio, el radio es considerada la sustancia radiactiva más poderosa conocida hasta nuestros días.  Los orígenes de este elemento no se pueden explicar si no es a través de la historia de la vida de su descubridora.

Nacida en una Varsovia invadida por los rusos, Marie Curie estudió en la Sorbona mientras malvivía en una buhardilla del barrio Latino, alimentada con pan y mantequilla, y extenuada por el trabajo. Ya licenciada en Ciencias Físicas, se casó con Pierre Curie, un excelente científico progresista que había descubierto el efecto piezoeléctrico y siempre apoyó su trabajo.  

La química eligió como tema de doctorado uno de los descubrimientos más novedosos. Becquerel había observado que de una de las sales de uranio salían rayos que impresionaban una placa fotográfica envuelta en papel negro y esto le pareció muy curioso. Pronto vio que la radiación era mayor cuanta más alta era la concentración de uranio del mineral, independientemente de otras condiciones. A esta propiedad la llamó ‘radioactividad’. Hizo lo mismo con otros metales y comprobó que sólo el torio emitía radiación, además del uranio.

Más tarde, investigó con su marido hasta llegar a aislar dos nuevos elementos radiactivos, polonio y radio, este último de gran potencia. En 1903, Marie leyó su tesis doctoral, Investigaciones sobre elementos radiactivos, un trabajo que le valió el premio Nobel de Química en ese mismo año. Desde entonces, los Curie alertaron sobre el peligro de la exposición a la radiactividad, aunque muy pronto vieron también sus posibilidades médicas.

El punto más importante de su carrera llegaría en 1911, año en el que recibió el segundo premio Nobel por el descubrimiento del radio. Durante la I Guerra Mundial montó una unidad móvil de rayos X para atender a los heridos y, tras la contienda, consiguió de Estados Unidos 50 gramos de radio para investigar.   Esto, al margen de ayudarle a estudiar en sus últimos años sustancias con aplicación médica, le trajo consecuencias negativas para su salud, que se debilitaba en forma de ceguera a causa del radio. De hecho, su muerte tuvo lugar a los 67 años por culpa de una fuerte anemia perniciosa: la médula, destruida por la radiación, era incapaz de fabricar glóbulos rojos.